Nada para mi es comparable a sumergirme con botella... desinflar el chaleco y dejarme caer lentamente hasta el lugar de reunión, encontrar el punto justo de flotabilidad y lanzarme a explorar y disfrutar de un mundo que nos es tan cercano como desconocido. Relajados golpes de aleta me impulsan mientras la ligerísima corriente me mece, con solo llenar o vaciar los pulmones subo o bajo suavemente como en un baile lento, las burbujas que exhalo acarician mis orejas y me gusta jugar con las que sueltan mis compañeros, y esos seres que habitualmente veo sobre camas de hielo están ahora a mi alrededor en cantidades ingentes con toda su vitalidad y colorido, aceptando nuestra presencia con tranquilidad.
En ese lugar una plataforma rocosa asciende desde el fondo hasta unos 10 metros de la superficie y en sus paredes la vida estalla: fulas, samas, abades, morenas, peces trompeta, anémonas escasas, alguna langosta... y erizos, cientos de bellísimos erizos de largas púas negras con la base añil que como en tantos otros sitios son dañinas plaga,
Pero lo que a mi más me gusta, más que investigar cavidades o buscar bichos nuevos es simplemente bucear, flotar en ese elemento que siento que me acoge, voltearme en la ingravidez para ver las burbujas ascender y el sol penetrar los 25 metros de agua que tengo sobre la cabeza intentando que la sonrisa que inevitablemente me surge no inunde mi máscara. Allí abajo, acompañando a los bancos de peces, dejando la mirada perderse en la búsqueda del fondo, vacía la mente de cualquier pensamiento, rodeada del infinito azul... allí abajo soy feliz.
Y lo mas importante poderlo compartir con nuevos amigos estas experiencia que importante es estar en buna compañía e intentar hacer que mi hijos y mujer lo puedan sentir como yo, (voy en buen camino).
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